sábado, 29 de agosto de 2015

"Ovejas negras", de Roberto Di Stefano.

Historiador del desarrollo de la Iglesia Católica en Argentina, Di Stefano inevitablemente se fue topando en sus investigaciones con las expresiones desafiantes, ya desde tiempos coloniales hasta mitades del siglo XX. En consecuencia, con esa valiosa documentación disponible emprendió este valioso libro sobre los anticlericales argentinos, ya desde aquellos que se apartaron de los caminos de la ortodoxia y ortopraxia católica, pasando por la de los blasfemos e idólatras, hasta llegar a los procesos de secularización que en la segunda mitad de la centuria decimonónica impulsaron los sectores liberales en el gobierno.
El mapa que uno podía suponer de homogeneidad y estricta observancia del catolicismo en tiempos coloniales, Di Stefano lo desbarata y nos presenta un mundo insospechado de herejías, apostasías, blasfemias y presencia viva de prácticas precoloniales. 
La emancipación abrió las puertas a las libertades, ya que la Iglesia, en tanto pilar de la monarquía cristiana española, también tuvo partidarios entre el clero. Fue la reforma eclesiástica del ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, Bernardino Rivadavia, la que provocó los grandes debates y cruce de diatribas en la activa prensa local, repleta de pasquines incendiarios. Con Juan Manuel de Rosas en la gobernación, en cambio, la Iglesia encontró un remanso, a pesar de que seguía vigente el tratado con el Reino Unido de 1825, por el cual se permitía a los anglicanos la práctica de su culto en Buenos Aires. 
Con la organización constitucional de 1853, renacieron los debates legislativos, en la prensa, la tribuna y las calles. La Constitución reconocía la libertad de cultos, un derecho que despertó la ira de algunos convencionales constituyentes. Luego, los gobiernos fueron avanzando en un lento camino a la secularización, quitándoles el monopolio de los cementerios a la Iglesia Católica, estableciendo la ley 1420 de educación laica, creando el matrimonio civil y el registro civil, medidas que impulsaban el pluralismo religioso y la llegada de inmigrantes. En este clima, en el que figuras como Domingo F. Sarmiento y Bartolomé Mitre tomaron partido por el laicismo, el presidente Julio Roca debió incluso cortar las relaciones diplomáticas con la Santa Sede durante dieciocho años. La orden iniciática masónica contó, en esos años, con miembros de la más alta relevancia política e intelectual en sus filas, como los mencionados Mitre y Sarmiento -que fueron grandes maestres-, así como Leandro Alem, José Hernández, Carlos Pellegrini, Vicente Fidel López, Francisco Barroetaveña, Marcelo T. de Alvear e Hipólito Yrigoyen, entre tantos otros en un amplio abanico de partidos y extracciones. No obstante, el último gran debate de los laicistas de esa generación tuvo lugar en 1902 cuando se discutió la ley de divorcio en el Congreso, que por dos votos no fue incorporado al código civil. Los congresos de librepensamiento eran frecuentes y auspiciados por las figuras más señeras hasta principios del siglo XX. Pero, a diferencia de lo que aconteció en la vecina República Oriental del Uruguay, no se llegó a separar Iglesia y Estado en el texto constitucional, tal como ya lo propugnaban algunas figuras de la política local.
Di Stefano plantea que, dada la gran masa inmigrante que seguía arribando a Argentina, hubo un cambio de paradigma en las élites gobernantes, que se reflejó en una recatolización del Estado. Hipótesis interesante y que merece ser abordada. Lo cierto es que en los años treinta, en entreguerras, el mito de la nación católica había alcanzado su apogeo: al Estado liberal y laico, lo reemplazaba la concepción de la Argentina católica, fuertemente impulsada por el nacionalismo.
Esa recatolización fue uno de los fundamentos del golpe de Estado de 1943, que por decreto restauró la educación religiosa en las escuelas, gracias al entonces ministro de Instrucción Pública Gustavo Martínez Zuviría, más conocido por su seudónimo literario Hugo Wast, autor de libelos antisemitas. En su primera presidencia, Juan Domingo Perón la convirtió en ley; mas en su segundo y consecutivo período presidencial tuvo su conocido enfrentamiento con la Iglesia Católica, que lo llevó a promover la separación de Iglesia y Estado.
El último gran debate que Di Stefano señala en este contexto, fue el de la creación de las universidades privadas durante la presidencia de Arturo Frondizi, en las que muchas de las casas de altos estudios que habrían de surgir tenían un sello religioso. Aquella discusión, que hoy nos parece tan absurdo como distante, se vivió entonces con viva intensidad y ardor.
El libro es útil e inevitable para quien quiera conocer la historia argentina desde una perspectiva desde el mundo de las ideas, que son, en definitiva, los poderosos motores que mueven a la humanidad.

Roberto Di Stefano, Ovejas negras. Historia de los anticlericales argentinos. Buenos Aires, Sudamericana, 2010.

domingo, 23 de agosto de 2015

"Reorienting the East", de Martin Jacobs.

Durante  la Edad Media europea, algunos viajeros judíos se adentraron en las tierras bajo dominio musulmán en el Cercano Oriente, ya sea con el propósito de comerciar, o bien el de peregrinar a Jerusalem con fines religiosos. Lo interesante de estos periplos es que los judíos no se sentían plenamente parte de ninguno de los dos mundos que se encontraban en el Mediterráneo, el cristiano y el islámico, por lo que sus observadores entre los siglos XII y XVI expresaron sus visiones desde puntos de vista completamente diferentes a los que solemos hallar en viajeros como Marco Polo.
Utilizando las herramientas conceptuales de la otredad, Martin Jacobs incursiona con inteligencia y habilidad quirúrgica en los variados textos que nos han llegado, contando con un amplio abanico de viajeros y, por consiguiente, de perspectivas.
Así, nos encontramos con Benjamín de Tudela, judío español que añora los tiempos de Al Andalus, y que se maravilla con el mundo islámico del Cercano Oriente. O con el rabino Petahyah de Regensburg, ashkenazi, que viaja desde el centro de Europa hacia el Oriente, atravesando las llanuras de Rusia, la península de Crimea y el Cáucaso. Más tarde, con el comerciante Meshullam de Volterra, bastante integrado al estilo de vida italiano y que, como tal, desdeña las costumbres de árabes y judíos que observa en Oriente. Otros textos son de autores anónimos, o bien otros son correspondencia que, afortunadamente, llegó hasta nuestros días. El viajero llega al destino oriental e inevitablemente compara, juzga, selecciona de acuerdo a lo que conoce: los más, ponderan la convivencia de musulmanes y judíos -aunque con sus límites-, en contraste con la actitud de sospecha con la que vivían en la Europa cristiana. Y es que, a diferencia del cristianismo, el Islam sí tiene un espacio para los pueblos con creencias bíblicas, los dhimmi, que si bien debían llevar indumentaria distintiva y pagar la jizya -impuesto personal-, podían practicar el culto en un ámbito acotado. El cristianismo medieval, en cambio, sostenía la idea del deicidio como culpabilización colectiva al pueblo judío, legitimando las persecuciones y conversiones forzosas. Expresión de esto fue la prohibición de habitantes judíos en Jerusalem durante el reino cristiano latino de Jerusalem, disposición cancelada por Saladino tras su conquista de la ciudad. Asimismo, la tensión entre las tres grandes religiones se vivía en los lugares santos, aquellos en los que se solapaban las tradiciones. La actitud islámica, en términos generales, era más permisiva que la de los cristianos en tiempos de los cruzados.
Pero Martin Jacobs también arroja luz sobre otro aspecto fundamental: los judíos europeos observaban con asombro la prosperidad de las comunidades en Bagdad y Alejandría, lo que les brindaba un elemento de seguridad psicológica frente a la situación de amenaza que tenían en los reinos de Occidente. La certeza de que había un exilarca respetado en las antiguas latitudes de Babilonia -siglos antes del cristianismo y el islam-, servía de contrapeso ante las humillaciones cotidianas. Parte de esta certeza eran las leyendas en torno a las tribus perdidas, a las que imaginaciones fértiles ubicaban en la península arábiga, preservando su independencia y con cientos de miles de aguerridos miembros. Estos relatos, que David Reuveni llevó ante la corte portuguesa, animaron a los europeos a buscar aliados frente al común peligro otomano.
El encuentro con judíos no rabínicos como los caraítas y los samaritanos, también llevó a reflexionar sobre esos "otros" no tan distantes, y algunos viajeros los incluyeron dentro de su mundo imaginario, en tanto que la mayoría los clasificó fuera del mismo.
Las referencias a la Cristiandad y el Islam son, claramente, derogatorias: Jesús era "ese hombre" y el profeta Muhammad, "el loco". Los cristianos eran los "incircuncisos" y "edomitas", en tanto que los árabes, los "ismaelitas". Iglesias y mezquitas eran blasfemias, las peregrinaciones cristianas y musulmanas eran de personas confundidas. Pero eran lo suficientemente inteligentes para evitar estas expresiones en público, en un entorno que rápidamente podía volverse hostil, por lo que se mantenían en reserva y viajaban con bajo perfil.
El libro, entonces, nos presenta una mirada diferente sobre el Oriente próximo, distante en tiempo y en perspectiva de aquella que luego se impondrá en Occidente al construir un "otro" oriental pasivo, decadente, fatalista y atrasado.

Martin Jacobs, Reorienting the East: Jewish Travelers in the Medieval Muslim World. Philadelphia, University of Pennsilvania Press, 2014.